Mi tío Lolo era cura, era calvo y tenía un atractivo hoyuelo hecho a compás en la barbilla. Mi tío Lolo tenía los ojos fijos, preparados para la sorpresa, y una gran nuez en la garganta, adaptada al bel canto. Mi tío Lolo era un poco gruñón, como los hombres que mienten poco, y olía siempre bien, a lavadito con colonia rica, como desde pequeña me imaginé que debían de oler todos los hombres acogedores, que saben dar abrazos reconfortantes.
Mi tío Lolo tenía una vespa aparcada en el pallote desde un grave accidente y un queso de tetilla con membrillo siempre dispuesto para el postre.
Mi tío Lolo era de la aldea de Montecelo, de la casa con hórreo que está en una curva peligrosa, pero vivía en una iglesia en Pontevedra y, cuando regresaba, quebraba alegremente nuestra rutina. De paso que visitaba a Mamá Mercedes cuidaba el jardín: podaba, segaba, plantaba y diagnosticaba con precisión médica si alguno de los frutales estaba enfermo. Gracias a él, había manzanas, zanahorias, peras, patatas, pipas, higos y flores. Él introdujo en mi vida el bermellón perfumado de los geranios. Y también las hortensias, que por entonces no sabía que llevaban hache, sino muchas hojitas pequeñas, y vulnerables a la caída, de tonos celestiales; las dolorosas y metafóricas rosas, las poéticas camelias, el bambú tropical expatriado, la palmera Indiana…
Mi tío Lolo me enseñó a diversificar la vida: hay plantas de interior y de exterior, unas necesitan mucha agua mientras que otras se ahogan, algunas buscan la luz, las otras prosperan en la sombra.
Mi tío Lolo también es tío de José Miguel, de Margarita Mercedes, de Josecho, de Violeta, de Eva, de Mónica, de Patricia, de Silvia, de Diego, de Titi, de Merce, de Fermín, de Marica, de Jorge de Marga, que en paz descanse, de Xurxo, de Irma, de Clara, de Juan y de Perico.
En su dyane 6 nos llevaba a la playa, donde jugábamos a las raquetas, al fútbol, a buscar ojos de buey y pulpos en las rocas… Mirad, la casa de Titi, allí está el Molino de Mónica, vamos a pasar delante de la granja de Diego…en los felices 13 kms que separaban Montecelo de la playa, tío Lolo nos adjudicó a cada uno una propiedad a la que saludábamos en el trayecto de ida y en el de regreso a casa y que borró la especulación urbana.
En su coche también cantábamos góspel: Señor me has mirado a los ojos, Yo tengo un amigo que me ama, Alabaré a mi señor y canciones de la época como: Eva María se fue, Viva la gente y Un rayo de sol que en Montecelo repetíamos acompañados de una guitarra complicada, a la que nuestro tío Lolo afinaba y cambiaba las cuerdas.
(…)
Uno de los senderos a la felicidad es en un dyane 6 conducido por tío Lolo, cargado de niños y sol, rumbo a la playa. Te echaremos de menos.