Cuando Gabi y yo fuimos inmortales

Gabi y yo durante una de sus visitas delante de la Torre de Hércules en A Coruña

Conocí a Gabriela Llanos, a Gabi, cuando ambas estudiábamos el Máster de Radio Nacional de España en Madrid. Nos conocimos en la presentación del mismo y ya salimos siendo amigas de aquella aula de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Recuerdo a aquella chica morena, alta, guapa, de sonrisa reincidente recién llegada de Caracas, por aquel entonces, su residencia familiar. Admiré a primera vista a aquella chica resolutiva a la que yo aspiraba: interesante, divertida y culta. Pronto la Literatura se convirtió en nuestra celestina y se encargó de que nuestra amistad se enraizara entre citas, aforismos, poesías recitadas de memoria y recomendaciones literarias. Recuerdo que en aquel momento, en el primer tercio de nuestras vidas, yo andaba en amores con el uruguayo Mario Benedetti (No era mi primer amor, tuviera otros igual de intensos en mi juventud como Cervantes, Salinas, Cernuda, Galdós y Pío Baroja). Así que aprovechaba cada cambio de clase para leer las novelas de Benedetti. Mi nueva amiga teóricamente venezolana ya había leído muchas de ellas y dirigía mis siguientes lecturas con recomendaciones acertadas. Además, recitábamos juntas Hagamos un trato, Mucho más que dos, Corazón coraza, Te quiero y otras joyas en verso del poeta rioplatense. Gabi albergaba una biblioteca en su memoria portentosa. Y es que Gabi era una chica leída, viajada, más adelante sabría que estos viajes no fueran siempre por placer. En realidad Gabriela Llanos no era venezolana, sino cordobesa de Argentina donde viviera hasta los diez años y desde donde se mudara a Caracas con sus padres, el periodista Percy Llanos y la actriz y promotora cultural Anita Giménez, huyendo de los disgustos políticos de su país. Recuerdo que le gustaban mucho los cuentos de Cortázar y que gracias a ella leí una novela de Luis Sepúlveda que veinticinco años más tarde sigo recomendando a mis alumnos de Literatura: Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Mientras leíamos a los demás y ampliábamos nuestra nómina de amores literarios, comenzábamos a producir nuestra propia ficción y a leernos entre nosotras.

Literatura, música y copas

Pero no solo nos unió él dios Apolo en torno a la belleza de sus artes. También nos sedujo la noche y la hidratación con graduación en vaso de tubo, los amoríos y, en definitiva, todas las experiencias iniciáticas de la juventud. Vivimos la noche intensamente y oscilábamos entre los antros bohemios y culturales de la zona centro de Madrid y los más desalmados de la recta de La Castellana. A Gabi le debo también haberme introducido en el pop rock argentino de los 80 y 90. Mi registro comenzaba y acababa con Tequila, Andrés Calamaro y Los Rodríguez pero ella me presentó a Vilma Palma, Los Enanitos Verdes, Los Auténticos Decadentes, Soda Stéreo, Los Fabulosos Cadillacs y me alejó de mi epicentro de pop-rock anglófono. Nuestros vínculos se fortificaban entre las influencias musicales, literarias y las juergas de fin de semana. Las largas conversaciones nocturnas multitemáticas ahondaron también en nuestra profunda dependencia y en nuestro tabaquismo. Fumábamos (ya no) desmedidamente, como protagonistas de cine negro. No sé si lo sigue siendo ( tengo que preguntarle) pero Gabi era noctámbula y, ni en mis versiones más lozanas, le pude seguir el ritmo. Gabi siempre ganaba: trasnochaba más, leía más, trabajaba más…un portento de actividad intelectual y laboral que muchos años después sigue manteniendo (incluyo como prueba su cuenta de Instagram). Llegó un momento en que Gabi y yo estábamos siempre juntas ( en las aulas, en la emisora, en las calles) hasta el punto de que podría decir que Gabi se convirtió en una de mis primeras relaciones formales, entendiendo por ello, la persona a la que se le dedica el tiempo libre.

Gabi Llanos, segunda por la izquierda y yo, cuarta, en la fiesta de mi 25 cumpleaños

Llegamos así a mi primer cuarto de siglo. Lo celebré en Carballo (A Coruña) mi pueblo natal y Gabi vino. Como agradecimiento a su visita, y como amiga enamorada, repartí, entre los invitados, panfletos publicitarios sobre ella, sobre mi lince rosa, como la sobrenombrara por lista y original. Ella, por su parte, me llamaba cariñosamente atroz: se me caía el café, me olvidaba el móvil en los taxis, rompía los tacones. Mi veinticinco cumpleaños supuso la primera, pero no la última vez, que mi lince rosa vendría por el pueblo que luego utilizó como trasunto literario de su última novela, Cuando fuimos inmortales. En ella sale Carballo como el pueblo que poco puede aportar al protagonista cuya ambición es convertirse en primera estrella de rock, como el pueblo asfixiante del que el héroe tiene que huir si quiere vivir las aventuras que le harán sobreponerse, lección mediante, y triunfar.

Cuando fuimos inmortales

Cuando fuimos inmortales (Plaza & Janes, 2023) contiene una banda sonora de treinta y siete temas, muchos de ellos escuchados, coreados y bailados por Gabriela y por mi a finales de los noventa, los años en los que se ambienta la novela y nuestra lozana juventud. Pues tal y como le enseñaron sus padres a Gabi, y se lo agradece en la dedicatoria, fue educada en la certeza de que sin música y sin libros la vida no tiene sentido.

Y efectivamente, la Literatura y la música tienen una importancia radical en la vida y en la obra literaria de Gabriela. El mundillo de la música, los grupos, los bolos, es bien conocido por Gabriela LLanos que también trabajó como road manager de grupos internacionales, para el Festival de Benicasim y para salas de espectáculos. En esta última novela ambientada en Madrid y protagonizada por el cantante de rock más importante de España, Peter Russ, la música es troncal, hasta el punto de que la novela se puede leer como un gran recopilatorio de temas musicales de los años noventa. Peter Russ, el protagonista, es un todopoderoso enfant terrible de la música con pintas de Liam Gallagher (Oasis) y actitud de Richard Ashcroft ( The verve). La música es el tema dominante también en otra de las obras de Gabriela Llanos: Facundo Cabral: Crónica de sus últimos días donde el acompañante de la última gira del cantautor argentino, Percy Llanos ( que en la realidad era el padre de Gabriela) narra en primera persona y, desde su posición de testigo, los últimos días y el asesinato del cantante.

El grupo de jóvenes que pululan alrededor del todopoderoso Peter Russ en Cuando fuimos inmortales están, además, sobredosificados de ambiciones, juerga, drogas y sexo. Lo que nos lleva a otros temas importantes que trata la novela: la construcción de la identidad personal, el yo frente al grupo durante los años de juventud, las drogas, el sexo, las relaciones con el exceso, la familia, los amigos y el dinero. Así como redunda en ciertos estereotipos como el sexismo en la industria musical y en la sociedad, el edadismo particularmente punzante con las mujeres y el desprecio del provincialismo en el estricto sentido de la palabra.

Gabriela Llanos reúne al círculo de Peter Russ veinte años después de sus andanzas de juvenil desenfreno en la casa de Belgravia (Londres) en la que vive oculto el artista y allí han de enfrentarse al espejo implacable del tiempo. Tal y como diría Gabi, nadie sale indemne de sus decisiones, de sus síes y noes, de su juventud, de su pasado. Esta técnica, la de la unidad de espacio, también ha sido utilizada con maestría por escritoras como Agatha Christie en Diez negritos o por la propia Gabriela LLanos en su anterior novela, Viejo Caserón de San Telmo. En ella, como en Cuando fuimos inmortales, Gabi echa mano de la anagnórisis, técnica muy presente en Cervantes y en la novela del Siglo de Oro en la que un personaje conoce su identidad a través de otro u otros. Es Lola Acosta, la hija secreta y milenial de Peter Russ, la que conociendo sus verdaderos orígenes nos desentraña las miserias de todos los demás personajes.

Destaca en la obra literaria de Gabi, el uso del lenguaje. La escritora se expresa magistralmente en el argentino de El Lobito, el manager de Peter Russ, y el castellano peninsular del resto de la pandilla. Recordemos que Gabi es argentina pero que estudió atentamente el castellano en sus más de diez años de permanencia en Madrid, durante los cuales adquirió, además, la nacionalidad española. También es muy creíble el registro juvenil: Peter Russ y su pandilla son unos exquisitos malhablados.

Al final, Cuando fuimos inmortales es una Bitter Sweet Symphony (tema musical de The verve que vertebra la novela), aunque más bitter que sweet, en las papilas de mi paladar.

Actualmente ( Septiembre de 2023), Gabi recorre el mundo presentando su novela Cuando fuimos inmortales, disponible a la venta en todas las librerías y plataformas de venta en línea. Su lugar de descanso es Santo Domingo, en donde actualmente reside y desde donde escribe y organiza rutas literarias por todo el mundo. Cualquier día de estos (cuando menos me lo espere) parará precipitadamente en A Coruña y tendremos la posibilidad de rastrear nuestra huella en el tiempo, charlaremos hasta que nuestros cuerpos maduros aguanten y comprobaremos que estábamos predestinadas a protagonizar en una unidad de espacio (Madrid) y en una unidad de tiempo (años 90) nuestra historia. Luego la acercaré a un atardecer en la Playa de Razo, playa hermosísima y atlántica, a la que acudía Peter Russ de niño con sus abuelos.

Y os avisaré para que os acerquéis a la presentación en A Coruña de su libro y a escuchar a la Gabi novelista y aventurera que me sedujo a primera vista.

De nuevo en A Coruña y en Santiago

Repitiendo la misma foto veinticinco años después

Esta oda a la amistad movió las entrañas de Gabi quien puso fecha de regreso a Galicia. Así fue como, a comienzos de este mes de octubre (2023), regresamos a la Torre de Hércules donde juramos que la tercera instantánea no tardaría los veinticinco años que tardó en repetirse la segunda.

Y aquí os dejo más fotos del periplo promocional y emocional de Gabriela y de esta plumilla que os escribe, gustosa ejerciendo de dama de compañía.