Nochebuena en la aldea

Otros veinticuatro de diciembre Mercedes dejaría a ventilar su habitación turbada por los nervios y comenzaría la contrarreloj para que el bacalao con coliflor y las castañas cocidas con anís estuvieran preparadas para cuando su hijo pequeño Moncho, primero solo y paulatinamente acompañado de su creciente familia, llegara a la aldea desde Madrid conduciendo su propio coche. A sus ochenta y tres años y con el coronavirus amenazando, Mercedes pasaría la nochebuena por primera vez sola. A las doce del mediodía, el claxon de la panadera rescató a Mercedes de sus evocaciones y salió a comprar el pan. Justo al mismo tiempo, Chucha, la vecina de la casa de enfrente con la que no se hablaba desde hacía veinte años, se encaminaba hacia la furgoneta de la panadera. Ninguna de las dos recordaba los motivos exactos de la pelea: Mercedes creía que se remontaba al asfaltado de la carretera mientras que Chucha lo achacaba al deslinde de una finca. Era nochebuena y allí estaban las dos, las únicas habitantes de la aldea a la izquierda del río, puede que hacia la derecha del Allones vivieran otras dos con las que raramente tropezaban.

Inesperadamente, Chucha le cedió a Mercedes el turno para comprar el pan y esta lo aceptó interesándose por saber cómo estaba.  La panadera cerró su furgoneta con el pan y condujo hacia la aldea limítrofe pero Chucha y Mercedes continuaron hablando con veinte años de ganas atrasadas. Acordaron cenar en el comedor de Mercedes, cada una su propia comida, a un extremo y otro de la mesa familiar, con las cuatro ventanas abiertas y la chimenea encendida. A las ocho de la tarde entraba Chucha con su tortilla en casa de Mercedes que se servía su caldito sobrante del almuerzo. Retomaron con las mismas ganas la charla del reencuentro del mediodía aunque la interrumpieron quince minutos para escuchar el mensaje del rey y se despidieron a las once de la noche sintiéndose, por primera vez en dos décadas, vecinas. El sol madrugó y a las once, cuando Mercedes y Chucha airearon sus cuartos, aprovecharon para desearse copiosamente Feliz Navidad. El 25 de Diciembre la panadera no cocía y no se esperaba que nadie más quebrara el dulce silencio de la aldea.

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